Fuente de la imagen: Torre de Babel de M. C. Escher, Woodcut 1928 obtenida en wikipedia.org
Seguimos en este segundo post comentando el artículo de José Seguí Pérez «Las ‘miradas’ desde la Torre del Puerto». Como ya anunciamos en el primero de esta serie, reproducimos literalmente los párrafos 1 y 2 de dicho artículo, añadiendo tras ellos nuestros comentarios.
«El debate sobre la propuesta de la ‘Torre del Puerto’ ha provocado no solo numerosas expectativas positivas y negativas sino, y lo que parece más importante, una manera un tanto controvertida de las diferentes ‘miradas’ que se han producido sobre la ciudad. Es evidente que las transformaciones de la ciudad son reflejo de los cambios sustanciales que se producen en el transcurso del tiempo. Y también es notorio que estas ‘mutaciones’ se perciben no sin cierta dificultad por quienes siguen conceptualmente vinculados a la acomodada ciudad heredada porque la conocen y la controlan, en contraposición a esa otra ciudad ‘futura’ que desconocen y por tanto pierden su control. Perder ese control de lo que conocen como mirada estática de la ciudad y rechazar su transformación ‘mutante’ hacia un futuro necesariamente cambiante, no deja de generar posiciones un tanto conservacionistas ante el propio desconocimiento de las mutaciones que producen sus transformaciones.»
«Y no me refiero a poner en duda el principal concepto de la acción urbanística en la ciudad, como es el equilibrio entre las rentabilidades sociales de lo público que legitiman las rentabilidades económicas de lo privado, sino al sintomático rechazo a sus transformaciones que precisamente [en este proyecto] posibilitan y potencian dichos equilibrios.»
Trataremos de explicar lo que se quiere decir; primero sintetizamos la redacción sin alterar su sentido: «las transformaciones ‘mutantes’ posibilitan y potencian equilibrios entre las rentabilidades sociales de lo público y las rentabilidades económicas de lo privado»; a continuación vayamos al grano y eliminemos incongruencias conceptuales: las «rentabilidades económicas de lo privado» de este proyecto, son legítimas porque generará rentabilidades «sociales de lo público»… Pero no basta con decirlo, hay que demostrarlo, más aún si la actuación es de gran trascendencia histórica para la ciudad, como dicen sus impulsores en numerosas y grandilocuentes declaraciones. El autor solo apela a sobrentendidos, que hace mucho fueron desmontados, como veremos al repasar el resto del artículo.
[Sigue el mismo párrafo:] «Nadie podría poner en duda la evolución histórica que producen estas transformaciones en la ciudad, y que la Málaga del pasado con toda su nostalgia es sensiblemente peor que la Málaga heredada [cambiando «heredada» por «actual» se entenderá mejor] con todos sus aciertos y desaciertos, y que también, la Málaga del futuro debería tener su legítima aspiración para mejorar su posición en el ‘damero’ competitivo de otras muchas ciudades de su misma condición y escala.»
Este es el asunto principal que vamos a considerar ahora: «hay que ser competitivo». Nosotros tenemos una opinión distinta, que no sólo es ideológica; la resumimos en lo que sigue: la competitividad neoliberal implica que una multitud de agentes compiten entre ellos en una lucha, a menudo terrible, para dirigir las mejores ofertas a quienes poseen el capital (no solo económico); se hallan bajo dos miradas, la vigilante entre ellos mismos y la de quienes les puede escoger: muchos los convocados y pocos los escogidos. Peor aún, en el mercado no regulado de las ciudades turísticas el precio es siempre a la baja: costes del trabajo, precio del suelo, impuestos, requisitos legales. Además aquí hay poco del tipo de competitividad que se basa en la creatividad o la innovación.
Como resultado existe un tremendo diferencial de poder entre la oferta y la demanda, entre la ciudad, su territorio y la mayoría de las ciudadanas por un lado, y el dinero, en cantidades casi ilimitadas, por el otro. Una desigualdad en vertiginoso crecimiento. Esta es la «ley» de la competitividad neoliberal. Que no es de ahora, pues así funciona el turismo en la Costa del Sol desde sus comienzos hace 50 años.
Los efectos destructivos en el trabajo sometido a la competitividad de esta especie son bien conocidos. Otra cosa son los beneficios en el consumo; pero insignificantes en este caso porque únicamente lo podrá usar el 1% de la población de Málaga. El resultado es otra desigualdad.
Ahora no hacemos un balance de qué ofrecen Málaga y su puerto y qué reciben en este trato. Solo insistimos en los problemas del modo de razonar que el autor usa en su texto. Al ver solo la mitad del asunto, lo mínimo que puede decirse es que no lo considera en absoluto. Es la misma inconsistencia en que incurre quien ignora las externalidades de la actividad económica. Y particularmente de esta actuación, propio de quien solo mira desde la torre dichosa y se olvida de verla desde la ciudad.
SEGUIRÁ…
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