La pandemia, el turismo y el futuro

Por Eduardo Serrano

Imagen de las restricciones en asientos de un aeropuerto

El COVID ha terminado por destruir el futuro. El futuro entendido como prolongación del presente, aunque con sus márgenes de incertidumbre de siempre. Por eso cuando se trata del futuro hablamos de lo posible. Pero ahora esos márgenes más o menos razonables que nos permitían hacer o esperar cosas con cierta seguridad, han quedado rotos. Nos asomamos a un tiempo venidero cargado de amenazas y opaco, tanto es el desconocimiento de los múltiples factores en acción ajenos a nuestro control. Por sólo mencionar los concernientes al comportamiento del virus: ¿Cuando tendremos vacunas?, ¿Serán efectivas?, ¿Habrá mutaciones que obliguen a nuevas respuestas médicas?, ¿Será permanente la inmunidad?

Todo está muy abierto, por eso las afirmaciones de este pequeño texto muy bien podrían ser desmentidas en el plazo de unos meses. Ahora bien, si la situación actual no mejora al término de, pongamos, dos años (o dos temporadas turísticas) las consecuencias serán tremendas para aquellas regiones que viven del turismo como es nuestra Costa del Sol.

Dentro de este marco de profunda incertidumbre me animo a lanzar algunas ideas en relación con la incidencia de la pandemia en el turismo, y de paso exponer ciertas conjeturas de carácter mucho más general que de ser ciertas también tendrían necesariamente efectos en el devenir de la actividad turística.

Lo que sí es casi seguro (a pesar de la abundancia de declaraciones en la línea de ignorar lo que está pasando o va a suceder) es que ya hay mucha gente, principalmente operadores turísticos y políticos, que si están pensando en recambios (como por ejemplo el llamado turismo residencial o el turismo rural), reconversiones, nuevas maneras turísticas… Pero también es cierto que aún si esas respuestas son exitosas, el turismo de masas va a quedar muy tocado, especialmente su modalidad más extrema, el overtourism (turismo urbano, turismo de cruceros, turismo barato de alta densidad…).

Lo que hace que el peligro sea muy grave es que la pandemia está acelerando otras crisis que ya padecemos y desencadenando otros procesos potencialmente muy adversos. Y por si fuera poco introduciendo efectos transversales entre las diversas crisis, retroalimentándolas y agravándolas. Sólo por hablar de las crisis actuales, inducidas por la pandemia, se puede mencionar la económica, muy intensa al destruir masivamente demanda y oferta de productos, más la de crédito, que fácilmente se puede trasladar al sector financiero. E inmediatamente las crisis social y política.

Como se ha comprobado la infección originada ha sido debido a la presión humana sobre ciertas especies de animales. Una consecuencia más de la actividad antrópica desmesurada que se añade a las demás crisis en curso: climática, ecosistémica, edafológica, de recursos no renovables, de contaminaciones diversas… La diferencia es que lo inesperado (según los medios de masas creadores de sentido), la espectacularidad de su rapidez y daños causados y el desbarajuste de las respuestas ha mostrado como si fuera una película de catástrofes, pero bien real, la enorme destrucción en el ámbito humano a nivel global, causada por la expansión, que no cesa, de la depredación sobre lo que llamamos naturaleza.

Por añadidura las consecuencias en la subjetividad colectiva ya se están produciendo. Es más, el impacto y el daño consiguiente es probable que ya se hayan hecho realidad duradera.  Esta es otra macrocrisis, de diferente naturaleza, que se suma a la de los cuerpos y sus relaciones. Pero la afectación en las subjetividades puede tener consecuencias aun mayores para el porvenir humano. Y no necesariamente negativas, sobre todo a largo plazo, y según qué enseñanzas aprendamos de lo que ocurra.

En mi modesta opinión lo que está sucediendo es el fin de la era moderna (y de sus derivas posteriores). Una mutación que se tomara su tiempo, compuesta de numerosas oscilaciones y transformaciones parciales, con diferentes ritmos y efectos, entrelazadas e influyéndose mutuamente.

Digo esto porque de nuevo en mi opinión si algo distingue a la modernidad de épocas anteriores es el cambio del referente temporal de su modo de vida y sus expresiones culturales, que muy a grandes rasgos hace que la mirada ya no se fije tanto en el pasado como en el futuro: un tiempo por venir bien real y tangible, abundante en mejoras y al alcance de cualquiera que se esforzara. Como lo demostraba la salida de la miseria y hasta la prosperidad de personas comunes, con nombre y apellidos. Un futuro que depende fundamentalmente de cómo se haga el presente, y conforme un discurrir que se llamó progreso. La imagen de la circularidad del tiempo antiguo se rompe y se convierte en una linealidad ascendente.

Algunas consecuencias muy genéricas se pueden proponer como resultado de la quiebra del referente-futuro que ha dominado hasta hace poco:

  • Fin del progreso como proceso acumulativo y lineal, aunque tenga sus particulares crisis, que de todos modos son momentos de reinvención y fuertes saltos adelante. La expansión indefinida, tan imprescindible para el funcionamiento de la economía capitalista (mercado de futuros, mecanismos de seguros, establecimiento y devolución de deudas, concesión de préstamos…) y tan estimada como verdad incontrovertible por sus entendidos, ya no es creíble.
  • En unas condiciones tan inciertas se hace mucho más difícil evaluar, procesar, programar nuestras acciones y sus consecuencias; por tanto el cálculo de la rentabilidad que se basa en la confianza de la inversión de nuestro esfuerzo o dinero, se hace inseguro. Añado, por hacer alguna referencia al turismo, que esa misma inseguridad afecta igualmente a uno de sus exitosos pilares: la garantía de que los viajes y las estancias serán experiencias satisfactorias en relación con el gasto desembolsado, sin imprevistos ni riesgos de regresos problemáticos.
  • El progreso colectivo o individual, abierto a todos, universal, se convierte en un engaño porque la crisis permanente acelera la desigualdad, la miseria y la opulencia crecen a la vez y una gran parte de la población pasa a la pobreza, una masa cada vez mayor y económicamente no útil, sobrante.

En estas circunstancias para sobrevivir solo nos queda inventar colectivamente; una experimentación mucho más en el ámbito de la subjetividad, de lo social y lo medioambiental que técnica.

Habiéndose convertido el turismo, masivamente practicado, parte integral de un modo de vivir y estar de hoy en día en el planeta, las consecuencias de su importante y previsible deterioro, y hasta hundimiento, van mucho más allá de afectar a un sector económico o un tipo de negocio. Los cambios se aceleran y en el plazo de pocos años podremos contemplar las respuestas de las instituciones, las empresas, las poblaciones concernidas, especialmente en los destinos turísticos actuales. Y su acierto o fracaso en relación con este cambio histórico que apenas ha comenzado.

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